Y allí estaban todos, esperando mi entrada.
Abrí la puerta como solía hacer de costumbre, y algo indicaba que había cambiado. Todos tumbados, inertes, unos arriba, y otros debajo.
Fue en ese momento, cuando se me ocurrió pensar, si en el agua también habría cielo, e infierno.
Ellos estaban empeñados en demostrar al mundo que un pez, cuando muere, no tiene por que ir al cielo y que, algunos de ellos prefieren rozar el infierno.
Igual que estaban empeñados en demostrar que aquella regla estúpida de los 3 segundos, no era más que invenciones, que a ellos también les dolía la cabeza, y recordaban los días de muerte.
Que sabían mi nombre pero debajo del agua nadie los escucha, que la voz no viaja en burbujas, y si lo hiciera, nadie estaría a la espera de que estas estallasen
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